Seamos ingenuos. Digamos que llegó el momento del cambio.
Que todo esto era cuestión de proponérnoslo seriamente. Que las herramientas siempre han estado ahí. Que el
sistema tiene brechas más grandes de lo que pensábamos.
Digamos que podemos ganar en unas elecciones tradicionales a
los partidos de la oligarquía, que un partido que recoge gran parte del
legado del 15-M puede desenvolverse y, desde dentro, hacer los cambios que el
99% necesita.
Imaginemos que la gente les va a votar.
Por un momento seré pesimista (¿o realista?) y diré que la
historia no está precisamente de nuestro lado. Nunca lo ha estado, de hecho.
¿Cuántos grandes procesos sociales, a lo largo de los siglos de revoluciones, guerras, sangre y destrucción que conforman la historia de Europa han
conseguido más de la mitad de sus objetivos en retrospectiva? Prácticamente
ninguno. ¿Qué pasó, a lo largo de los siglos, con cada gobierno popular, o
incluso remotamente preocupado por el pueblo? Que sucumbieron a las conspiraciones continuas de
las oligarquías y clases gobernantes del resto de potencias.
Aún con todo, creo que merece la pena apostar por esto. Yo
he sido, desde que tengo una mínima conciencia política, un revolucionario
convencido. Un revolucionario por obligación, ya que el sistema siempre me ha
parecido escrito en piedra. Los hechos que acaecieron en este país y el resto
del mundo desde 2011 me dieron la razón: protestas, violencia policial, guerras
civiles, muerte, sufrimiento… todo motivado por el deseo de cambio de una parte
de la población y la brutal negativa desde el poder. En “democracias”,
dictaduras militares, gobiernos autoritarios… en todos sitios era igual. Pero
este año me ha hecho cambiar de parecer.
Si recordáis, este 2014 empezó más que bien. Lo que ocurrió
en Gamonal fue ejemplo de lo que un vecindario puede conseguir solo con
organizarse y no dar un paso atrás ante los abusos del poder. Luego Can Vies.
El 22-M y los días siguientes. La victoria de la Marea Blanca en Madrid. La paralización de la nueva Ley del Aborto y la dimisión de su principal promotor en el gobierno, el ministro Gallardón. Y lo más importante de todo: las elecciones
europeas del 25 de mayo. La posibilidad de un grupo parlamentario fuerte que
representara nuestros intereses apareció de repente, como de la nada. Por
supuesto, no fue así, pero eso es otro tema.
Durante años, hemos ido avanzando sin saber muy bien a dónde
íbamos. Había conquistas, eso seguro, pero la sensación de estar perdiendo la
partida era constante. Ahora no tenemos una certeza absoluta ni mucho menos, ya
que hay muchos peros a Podemos y las plataformas al estilo de “Guanyem”:
¿Pueden ganar las elecciones? ¿Gobernarán como se supone que tienen que
hacerlo? ¿Funcionará esta revolución democrática? Y lo más importante: ¿La
dejarán funcionar las oligarquías, los bancos, las grandes empresas nacionales e
internacionales, que serán las principales víctimas de estos hipotéticos
gobiernos populares?
El camino que tenemos por delante está lleno de obstáculos y
dificultades. Pero por lo menos tenemos un límite en el horizonte: el año que
viene, 2015, habrá elecciones tanto municipales/autonómicas como generales. Está claro que
entre Zapatero y, sobre todo, el nefasto gobierno de Rajoy, la llamada cultura de la Transición, el Régimen del 78, el bipartidismo... todo se desmorone. A ver cómo reaccionan los poderes fácticos cuando realmente vean su poder y sus
privilegios peligrar. Pero, hasta entonces, aplacemos la revolución. Demos una
oportunidad a esta gente que dice que nos representa y que quiere que
participemos en el cambio. Todos los días no se tiene una aparente oportunidad de tumbar un
régimen con tanta facilidad. Seamos ingenuos.