sábado, 23 de enero de 2016

¡Tots a una!


El nacionalismo, esa idea que ha guiado la política europea y mundial a lo largo de los últimos dos siglos. Esa exaltación de la idea de nación, que, junto al racismo y el fanatismo religioso, ha servido de excusa para provocar tanto odio, tantos conflictos, tanta muerte, que ha sido utilizada por las clases dirigentes para reconducir las tensiones sociales, para mantenerse en el poder o incluso ganar más del que tenían. Gran parte de la izquierda independentista catalana lleva varios años insistiendo en que el movimiento soberanista que está viviendo Cataluña no es de ese tipo de corrientes descritas, sino que es un proyecto social de un conjunto importante del pueblo catalán, que, a través de la independencia, logrará emanciparse de los poderes fácticos que hoy día marcan la política española, y, a través del empoderamiento, será el único dueño su futuro, de una manera que es imposible si sigue unido al resto de la jaula nacional católica que es el resto de España.
Cuál sería entonces la sorpresa de muchos de nosotros cuando la cúpula de la CUP, un partido que se ha declarado siempre anticapitalista y bastante antagónico, en principio, a Junts pel Sí, candidatura de la burguesía independentista catalana, decidió pactar con esta lista para que pudiera gobernar en Cataluña y llevar a cabo el proceso independentista. Junts pel Sí está formado por una amalgama de partidos e “independientes” independentistas relativamente amplios, pero los partidos principales que conforman JxS, son CDC (hasta hace poco CiU) y Esquerra Republicana, partidos que adoptan abiertamente una visión burguesa del nacionalismo. CiU, encabezada por Artur Mas, ha llevado a cabo políticas neoliberales en Cataluña que han supuesto recortes en numerosos servicios públicos, especialmente la sanidad, que han provocado numerosísimos episodios de resistencia ciudadana, desde la acampada en Plaza Cataluña durante el 15-M hasta los eventos de Can Vies, y que han hecho evidentes la b
rutalidad a la que podía recurrir la Generalitat para sofocar estas voces disidentes. No olvidemos la larga lista de abusos policiales cometidos por los Mossos d’Esquadra estos últimos cuatro años, poniendo como ejemplo la carga contra los indignados el 27 de mayo de 2011, la cantidad de heridos que dejaron las dos huelgas generales de 2012, el conflicto estudiantil, y muchos más escándalos. De hecho, está claro que la CUP nace y se nutre de este descontento social con las políticas de recortes de CiU/CDC y del PP a nivel nacional, aunque el empuje independentista haya hecho parecer pequeño este movimiento, que se ha visto en muchos barrios obreros de ciudades de Cataluña.

Pero entonces, ¿Por qué ha pactado la CUP con JxS? ¿Acaso no es un suicidio políti
co para el futuro, aunque les pueda brindar cierto poder a corto plazo? ¿No tenían la sartén por el mango, al necesitarlos la derecha nacionalista para poder gobernar? Pues se me ocurren dos posibilidades. Una es que la CUP, al final, ha demostrado ser un partido con miedo a un cambio real (siempre que no sea protagonizado por ellos) que, al ver los resultados de las elecciones generales del 20 de diciembre en España, donde Podemos quedó como primera fuerza a nivel de Cataluña, ha empezado a ver con miedo a unas nuevas elecciones autonómicas, en las que esta posición privilegiada que tiene el partido podría desaparecer. Otra posibilidad que quizá, y solo quizá, este nacionalismo de izquierdas tan pregonado no sea tan distinto al nacionalismo de toda la vida. Quizá la identidad nacional de un pueblo no depende tanto de en qué país vive y de dónde estén sus fronteras sino de cómo vive. A lo mejor va a resultar que la CUP, por muchas ideas socialistas que diga tener, es un partido más afín a la burguesía catalana que al resto de la ciudadanía española. Quizá la culpa de esta afinidad la tenga el nacionalismo.
Probablemente la realidad esté en una combinación de las dos posibilidades, mezclando la ambición personal de los dirigentes de la CUP con el gran peso que tiene el nacionalismo en este momento en Cataluña, y de momento será así, pues gracias a estos autodenominados anticapalistas, el proceso de desconexión con España seguirá adelante, pero manejado totalmente por la derecha catalana. De hecho Artur Mas, que según él mismo se hacía a un lado para facilitar el acuerdo con la CUP y “corregir el resultado de las urnas” no ha desaparecido para nada de la política catalana, y el nuevo president será de su partido, CDC, y nombrado por él. Además. La CUP ha garantizado obediencia al govern que surja del pacto.
¿Qué clase de futuro le espera a este “proceso social” que debía ser la independencia catalana, si está con el establishment actual de Cataluña a los mandos? El partido de los recortes, del estado policial, que no ha respetado en ningún momento a la ciudadanía catalana, tiene todo el poder gracias al nacionalismo. Ahora van a definir el futuro de su país, que difícilmente contará con garantizar el bienestar de los catalanes.
Y por si fuera poco, este acuerdo podría servir de excusa a PP, PSOE, y Ciudadanos para hacer un pacto a su vez a nivel nacional y arrinconar a Podemos, principal fuerza anti-austeridad en España. Toda una baza para el cambio político en España, ¿verdad? Como siempre ha ocurrido a través de la historia, este posicionamiento de la CUP, de poner por delante la nación a todo lo demás, solo beneficia a las clases dirigentes, pues aumenta las tensiones entre Cataluña y España, lo cual, a su vez, permitirá a los gobiernos de ambos lados el hacer políticas en contra de la ciudadanía en nombre de la “independencia” o de la “unidad nacional”, da igual. El deseo de la independencia por la independencia ha matado la posibilidad de empoderamiento del pueblo catalán si sigue el camino de la independencia como está planteado hoy. El nacionalismo vuelve a funcionar para los que siempre han funcionado: las élites. En nombre de una “libertad” y una “democracia” que solo sirven para garantizar el llamado derecho a decidir, se sacrificarán libertades y derechos en la hoguera de la identidad nacional y la confrontación.

Si los planes de CDC siguen adelante, ¿Será la República Catalana un país más democrático? ¿Será más social? ¿Cómo podría serlo, si la semilla de su fundación consiste en una puñalada trapera a los movimientos anti-austeridad? No, la República Catalana, si algún día existe, será un país como otro cualquiera, con sus poderes fácticos y su gobierno corrupto y sin poder real, dispuesto a hacer lo que sea mientras pueda mantenerse en el poder. Será un país deseoso de someterse a los designios de la Troika, incluso de ser rescatado, si tiene suerte. Si los catalanes no conquistan el poder, Cataluña será un país que tampoco contará con ellos. Eso sí, tendrán una frontera, un himno y una bandera propios. ¿Y acaso no es eso a lo que aspira cualquier nación hecha y derecha?


miércoles, 20 de enero de 2016

La Política de los Piojos


La nueva política, una de esas expresiones que tenía tanto significado para algunos hace unos años y que, como tantas otras cosas, ha sido tan repetida y mal utilizada por los medios y la clase política que ha perdido casi todo su significado inicial. Ahora hasta el PP y el PSOE hacen nueva política, y su perro fiel, Ciudadanos, también la hace, a pesar de que todos siguen haciendo lo mismo que han estado haciendo los últimos cuarenta años, curiosamente.
Se nota que, tras haber intentado domar durante un tiempo este término, como tantos otros, los poderes fácticos no están cómodos con la llegada de la nueva política de verdad, la del 99%, a las instituciones. Dan fe de esto los continuos ataques sobre Podemos y cualquier persona relacionada mínimamente a su entorno; se ha visto en los intentos incesantes por fingir ser algo que no son; palabras como “transparencia”, “cambio” y muchas más han copado el lenguaje político al más alto nivel, mediante las cuales los partidos del régimen han intentado, torpemente por lo general, ganarse a la gente prometiendo cambios que no solo no están dispuestos a hacer, sino contra los que lucharán si hace falta.
Sobre este tema, podríamos hablar del cambio de imagen del PSOE, que ha realizado con éxito limitado un complicado juego de equilibrista, presentándose por un lado como el partido del “cambio real”, como la contrapartida principal al PP, y a la vez como uno de los pilares del Régimen del 78, garante de estabilidad y de inmovilismo social. También podríamos hablar de Ciudadanos, esa niña bonita del Ibex-35 a la que las encuestas, tanto oficiales como de los medios privados, inflaron sobradamente, y al final ha acabado siendo un partido bastante menos relevante de lo que a la patronal le habría gustado. Pero mejor hablemos del verdadero caso (clínico) de estudio: el Partido Popular.
Una cosa que había llamado a muchos la atención del PP era la capacidad de su cúpula de hacerse pasar por gente relativamente corriente de cara al ciudadano. Obviamente, viendo a personajes haciendo de ministros como Wert, Fernández Díaz o Fátima Báñez, o siendo testigos de la gran capacidad oratoria de Pablo Casado, Rajoy o Cospedal, quedaba claro que la cúpula de esta organización no era precisamente gente de la que te encuentras todos los días por la calle, pero el partido en si sí que daba esa impresión, cosechando bastante éxito entre esos españoles que se autodenominan católicos y patriotas, o incluso entre gente sin una ideología propia muy marcada, pero que pensaba, por alguna razón, que le interesaba un gobierno del PP. Sin embargo, obviando la gloriosa segunda legislatura de Anzar, durante los últimos 5 años la imagen pública del PP ha caído en picado hasta puntos nunca vistos, gracias a los cuatro horribles años de gobierno de Rajoy que hemos sufrido, como queda constancia en muchos artículos de este blog, y a los numerosos casos de corrupción, tan numerosos que han puesto de manifiesto la intrincada red clientelar que ha sido en realidad el PP desde que a su vez heredara la red clientelar del sistema franquista. Ante este derrumbe de una ilusión hábilmente tejida (como humanista que soy, me gusta pensar que ha sido una mentira hábil y no somos tan gilipollas), no es de extrañar que ahora muchas personalidades del PP hayan acabado por cometer actos y hacer declaraciones que han dejado ver la clase de gente que forma el, hasta ahora, partido más votado en este país.
Por centrarnos en los hechos más recientes, veamos cómo han sido estas navidades, tan influenciadas por las elecciones generales del 20 de diciembre. La derecha de este país no ha parado de buscar la polémica sobre la gestión de los ayuntamientos que están gobernados hoy por candidaturas municipalistas, y después han pasado a jalear contra Podemos. En principio, no debería sorprender el hecho de querer dejar a los partidos “contrarios” en campaña electoral como gobernantes poco eficientes y/o corruptos, al fin y al cabo su mejor baza es intentar convencernos de que los demás son tan malos gobernantes como ellos, pero si nos fijamos en cuáles han sido las sucesivas polémicas que han copado el discurso de la derecha y de los medios en este país, podremos entrever un problema aún más grave que la falta de honestidad.
Y es que armar barullo quejándose de que en la Cabalgata de los Reyes Magos haya mujeres, o criticando la elección de vestuario de la representación de estos, en un país con 5 millones de parados, una deuda igual al PIB, con una desigualdad social que es de las más altas de la UE y sigue aumentando, con una cuestión tan seria como es el independentismo catalán, y que el gobierno central no ha sabido ni siquiera entender, con una proporción tan grande de la población que no se ve representada por la clase política, todo esto, resulta obsceno, casi insultante. Incluso aceptando que las quejas sean legítimas, ¿Qué le importa los miembros de una familia, que han tomado la comida de Navidad abrigados hasta arriba porque no pueden pagar los precios abusivos de las eléctricas? ¿Servirá el poner más belenes para que no reciban su cena de Nochevieja del banco de alimentos? Resulta tan chocante que parece irreal. ¿Qué clase de gobernante se preocupa más por la ropa de los Reyes Magos que por la gente sin recursos? Pues gente que no ha tenido carencias en su vida, gente que no sufre ni ve los resultados de sus políticas, que ni siquiera conciben el poder estar en esa situación, pues ellos trabajan y son cumplidores.
Y este clasismo se ha hecho incluso más acentuado tras la llegada de los primeros diputados de Podemos y las diversas confluencias, IU, Equo, y otros partidos al Congreso de los Diputados en la sesión de constitución de las Cortes. Por lo visto, ha sido un shock tanto para los medios como para el PP el hecho de que haya un diputado con rastas, o que una diputada haya llevado a su bebé a la sesión, ¡o que incluso haya una diputada negra!. En cierto modo es normal, donde vive esta gente no se ve a personas con rastas, y a los bebés los cuida la criada, que cambiar pañales da mucho asco. Resulta que quien lleva rastas en un piojoso, y un apestado. Resulta que el hecho de que Carolina Bescansa llevara a su hijo al Congreso, sin tener en cuenta sus intenciones con este acto, es un atentado a la normalidad de la vida parlamentaria que no se había vivido desde el 23-F, por lo menos. Se ve que los señores diputados no se pasean mucho por Lavapiés, y es normal, no debe ser cómodo encontrarte cara a cara con las víctimas de tus políticas. Y mientras tanto los medios se han hecho eco, por supuesto, de todo este malestar de sus señorías los diputados, dedicando más tiempo a estos hechos que a nimiedades como el hecho de que un miembro del grupo parlamentario del PP, que está imputado, apareciera en su escaño como si no pasara nada, o al juicio de la Infanta, o a la investigación sobre la financiación ilegal del PP. Eso no importa. Tertulias con tres veces más de hombres que de mujeres hablando de por qué es tan horrible que una madre quiera hacer ver un punto sobre la conciliación de la maternidad y el ámbito laboral en este país, con mayor o menor acierto, eso es otra cuestión. La gente corriente ha llegado al Congreso, y eso ha sido difícil de digerir para muchos de aquellos que, tras un escaño, o tras una pantalla de televisión, han dado siempre la impresión de ser aquello de lo que ahora se horrorizan. Quizá así entendamos la forma en que nos tratan; ellos son los gobernantes, y nosotros los plebeyos, los que deben ser gobernados, y nunca serán capaces de mandar, ni deben. Pues les estamos demostrando que no es así, y esto es solo el principio, porque el cambio ha venido para quedarse, y seguramente se lleven alguna que otra sorpresa más gorda en el futuro. Pero eso, como viene siendo costumbre, depende de nosotros.