miércoles, 20 de enero de 2016

La Política de los Piojos


La nueva política, una de esas expresiones que tenía tanto significado para algunos hace unos años y que, como tantas otras cosas, ha sido tan repetida y mal utilizada por los medios y la clase política que ha perdido casi todo su significado inicial. Ahora hasta el PP y el PSOE hacen nueva política, y su perro fiel, Ciudadanos, también la hace, a pesar de que todos siguen haciendo lo mismo que han estado haciendo los últimos cuarenta años, curiosamente.
Se nota que, tras haber intentado domar durante un tiempo este término, como tantos otros, los poderes fácticos no están cómodos con la llegada de la nueva política de verdad, la del 99%, a las instituciones. Dan fe de esto los continuos ataques sobre Podemos y cualquier persona relacionada mínimamente a su entorno; se ha visto en los intentos incesantes por fingir ser algo que no son; palabras como “transparencia”, “cambio” y muchas más han copado el lenguaje político al más alto nivel, mediante las cuales los partidos del régimen han intentado, torpemente por lo general, ganarse a la gente prometiendo cambios que no solo no están dispuestos a hacer, sino contra los que lucharán si hace falta.
Sobre este tema, podríamos hablar del cambio de imagen del PSOE, que ha realizado con éxito limitado un complicado juego de equilibrista, presentándose por un lado como el partido del “cambio real”, como la contrapartida principal al PP, y a la vez como uno de los pilares del Régimen del 78, garante de estabilidad y de inmovilismo social. También podríamos hablar de Ciudadanos, esa niña bonita del Ibex-35 a la que las encuestas, tanto oficiales como de los medios privados, inflaron sobradamente, y al final ha acabado siendo un partido bastante menos relevante de lo que a la patronal le habría gustado. Pero mejor hablemos del verdadero caso (clínico) de estudio: el Partido Popular.
Una cosa que había llamado a muchos la atención del PP era la capacidad de su cúpula de hacerse pasar por gente relativamente corriente de cara al ciudadano. Obviamente, viendo a personajes haciendo de ministros como Wert, Fernández Díaz o Fátima Báñez, o siendo testigos de la gran capacidad oratoria de Pablo Casado, Rajoy o Cospedal, quedaba claro que la cúpula de esta organización no era precisamente gente de la que te encuentras todos los días por la calle, pero el partido en si sí que daba esa impresión, cosechando bastante éxito entre esos españoles que se autodenominan católicos y patriotas, o incluso entre gente sin una ideología propia muy marcada, pero que pensaba, por alguna razón, que le interesaba un gobierno del PP. Sin embargo, obviando la gloriosa segunda legislatura de Anzar, durante los últimos 5 años la imagen pública del PP ha caído en picado hasta puntos nunca vistos, gracias a los cuatro horribles años de gobierno de Rajoy que hemos sufrido, como queda constancia en muchos artículos de este blog, y a los numerosos casos de corrupción, tan numerosos que han puesto de manifiesto la intrincada red clientelar que ha sido en realidad el PP desde que a su vez heredara la red clientelar del sistema franquista. Ante este derrumbe de una ilusión hábilmente tejida (como humanista que soy, me gusta pensar que ha sido una mentira hábil y no somos tan gilipollas), no es de extrañar que ahora muchas personalidades del PP hayan acabado por cometer actos y hacer declaraciones que han dejado ver la clase de gente que forma el, hasta ahora, partido más votado en este país.
Por centrarnos en los hechos más recientes, veamos cómo han sido estas navidades, tan influenciadas por las elecciones generales del 20 de diciembre. La derecha de este país no ha parado de buscar la polémica sobre la gestión de los ayuntamientos que están gobernados hoy por candidaturas municipalistas, y después han pasado a jalear contra Podemos. En principio, no debería sorprender el hecho de querer dejar a los partidos “contrarios” en campaña electoral como gobernantes poco eficientes y/o corruptos, al fin y al cabo su mejor baza es intentar convencernos de que los demás son tan malos gobernantes como ellos, pero si nos fijamos en cuáles han sido las sucesivas polémicas que han copado el discurso de la derecha y de los medios en este país, podremos entrever un problema aún más grave que la falta de honestidad.
Y es que armar barullo quejándose de que en la Cabalgata de los Reyes Magos haya mujeres, o criticando la elección de vestuario de la representación de estos, en un país con 5 millones de parados, una deuda igual al PIB, con una desigualdad social que es de las más altas de la UE y sigue aumentando, con una cuestión tan seria como es el independentismo catalán, y que el gobierno central no ha sabido ni siquiera entender, con una proporción tan grande de la población que no se ve representada por la clase política, todo esto, resulta obsceno, casi insultante. Incluso aceptando que las quejas sean legítimas, ¿Qué le importa los miembros de una familia, que han tomado la comida de Navidad abrigados hasta arriba porque no pueden pagar los precios abusivos de las eléctricas? ¿Servirá el poner más belenes para que no reciban su cena de Nochevieja del banco de alimentos? Resulta tan chocante que parece irreal. ¿Qué clase de gobernante se preocupa más por la ropa de los Reyes Magos que por la gente sin recursos? Pues gente que no ha tenido carencias en su vida, gente que no sufre ni ve los resultados de sus políticas, que ni siquiera conciben el poder estar en esa situación, pues ellos trabajan y son cumplidores.
Y este clasismo se ha hecho incluso más acentuado tras la llegada de los primeros diputados de Podemos y las diversas confluencias, IU, Equo, y otros partidos al Congreso de los Diputados en la sesión de constitución de las Cortes. Por lo visto, ha sido un shock tanto para los medios como para el PP el hecho de que haya un diputado con rastas, o que una diputada haya llevado a su bebé a la sesión, ¡o que incluso haya una diputada negra!. En cierto modo es normal, donde vive esta gente no se ve a personas con rastas, y a los bebés los cuida la criada, que cambiar pañales da mucho asco. Resulta que quien lleva rastas en un piojoso, y un apestado. Resulta que el hecho de que Carolina Bescansa llevara a su hijo al Congreso, sin tener en cuenta sus intenciones con este acto, es un atentado a la normalidad de la vida parlamentaria que no se había vivido desde el 23-F, por lo menos. Se ve que los señores diputados no se pasean mucho por Lavapiés, y es normal, no debe ser cómodo encontrarte cara a cara con las víctimas de tus políticas. Y mientras tanto los medios se han hecho eco, por supuesto, de todo este malestar de sus señorías los diputados, dedicando más tiempo a estos hechos que a nimiedades como el hecho de que un miembro del grupo parlamentario del PP, que está imputado, apareciera en su escaño como si no pasara nada, o al juicio de la Infanta, o a la investigación sobre la financiación ilegal del PP. Eso no importa. Tertulias con tres veces más de hombres que de mujeres hablando de por qué es tan horrible que una madre quiera hacer ver un punto sobre la conciliación de la maternidad y el ámbito laboral en este país, con mayor o menor acierto, eso es otra cuestión. La gente corriente ha llegado al Congreso, y eso ha sido difícil de digerir para muchos de aquellos que, tras un escaño, o tras una pantalla de televisión, han dado siempre la impresión de ser aquello de lo que ahora se horrorizan. Quizá así entendamos la forma en que nos tratan; ellos son los gobernantes, y nosotros los plebeyos, los que deben ser gobernados, y nunca serán capaces de mandar, ni deben. Pues les estamos demostrando que no es así, y esto es solo el principio, porque el cambio ha venido para quedarse, y seguramente se lleven alguna que otra sorpresa más gorda en el futuro. Pero eso, como viene siendo costumbre, depende de nosotros.

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