lunes, 29 de diciembre de 2014

Apáticas Fiestas

Quizás sea una percepción personal, pero me da la impresión de que las navidades en este país son cada vez más apáticas. El pesimismo se ha ido adueñando de cada vez más gente. Y no es para menos, desde luego. La situación del país, tanto de su economía, como de la política, no ha hecho más que empeorar.
Pero a lo mejor lo que ocurre es otra cosa, aún más preocupante.
Una de las peores cosas que ocurren durante las crisis es la pérdida de los valores. Esto, viviendo en una sociedad consumista, materialista, insolidaria, egoísta, competitiva y excluyente como es la nuestra puede no parecer ser malo, pero el problema llega cuando no hay una alternativa. Y es que cuando el sistema que impone los valores a la mayoría cae, como es el caso, estos valores, al desaparecer también, dejan un vacío que la masa, de entrada sumisa, no sabe llenar. Este fenómeno se está materializando perfectamente estos años. La época navideña es la fiesta (orgía, más bien) consumista por excelencia. En estos días lo que hay que hacer es comprar mucho, cosas probablemente innecesarias, y si son caras mejor, hay que tirar mucha comida, si es cara mejor, y todo esto para mostrar tanto el amor que se siente por nuestros seres queridos como lo alto que es nuestro nivel de vida. Esto es casi un dogma para la sociedad de consumo, y lo sigue siendo hoy en día.
Pero claro, esto, que tenía mucho sentido en los tiempos de "bonanza", cuando eramos los dueños del mundo y en teoría a todos nos salía el dinero por las orejas (nos portábamos así, al menos), va perdiéndolo en los tiempos de la Gran Recesión, con una población ahogada por los recortes, la bajada de salarios, el despido libre y el pago de una deuda que no es suya.
Porque la gente quiere consumir, pero ¿cómo lo va a hacer? ¿Cómo va a gastarse 800 euros una familia en regalos, marisco y sidra, si ambos padres están en el paro desde hace dos años y no saben si van a poder pagar los estudios de los hijos? Y después de este impedimento, viene lo demás. Porque si se pierde el sentido de una fiesta como la Navidad (que es consumir, hemos acordado), ¿tiene sentido lo demás? Pues en muchos casos el resto del artificio lo pierde, como las luces, el árbol de navidad, etc. Hasta los pobres de las historias de Dickens lo pasaban mejor en Navidad.
Pues bien, todo esto es peligroso. No, la pérdida de la identidad de la Navidad como fiesta consumista no lo es. Lo es esta pérdida de valores que está viviendo la sociedad occidental, especialmente los países que están pagando más la crisis. Un buen ejemplo de este peligro es lo que ocurrió en Rusia, y los países que formaban parte de la Unión Soviética, cuando esta colapsó. Con la caída del comunismo, el capitalismo más radical hizo su aparición encabezado por las grandes multinacionales occidentales y la desaparición de cualquier forma de estado de bienestar, dejando a la población totalmente desprotegida, todo esto apoyado por gobiernos corruptos y, cuando hizo falta, asesinos, como el de Boris Yeltsin en Rusia. Todo esto provocó en los pueblos de estos países un shock del que aún no se han recuperado. La esperanza de vida disminuyó drásticamente. Las cárceles rusas se llenaron, y las tasas de alcoholismo se dispararon. Aún hoy en día, no son pocos los grupos de ultraderecha que usan simbología imperialista, comunista, cristiana ortodoxa y fascista. Todo a la vez. Esto se ha visto claramente en la guerra de Ucrania, en la que se pueden ver grupos de este tipo tanto en el bando pro-europeo "demócrata" como en el pro-ruso "antifascista".
A este tipo de cosas se expone la población europea. Por ello Amanecer Dorado, el Frente Nacional y el UKIP han multiplicado sus apoyos en sus respectivos países. Pero esta no es una causa perdida. Hay alternativas, y de hecho estos momentos en que los esquemas sociales, políticos y económicos se resquebrajan son una ventana a la entrada de estas. Es deber de la propia sociedad velar por sus intereses, y elegir la alternativa que la lleve a avanzar, a quitarse de encima, en medida de lo posible, ese cáncer que es la sociedad de consumo. Pero hasta entonces solo nos queda celebrar estas apáticas fiestas.